COLUMNA DE OPINIÓN

| 30/06/2024

Rodolfo Kusch: la ciudad como “el patio de los objetos”

“Se hace literatura desde la ciudad, o sea lejos de América” Indios, porteños y dioses (1994, 194).

Rodolfo Kusch: la ciudad como “el patio de los objetos”

Por Patricio Lobos*

Este 25 de junio se cumplió un nuevo aniversario del nacimiento del antropólogo y filósofo argentino Rodolfo Kusch (1922-1979). En Viedma, el grupo de lectura “Otro Pensar” viene hace algunos años abocado a la artesanal tarea de leer su extensa y rica obra, pero poco visitada por la academia e incluso, por los ambientes alternativos. La propuesta en este articulo, es revisitar esos textos desde nuestro pensar situado y preguntarnos sobre uno de los ángulos posibles: ¿qué es la ciudad para Kusch?. 

En su libro fundamental “América Profunda” (1962) Kusch deja algunas coordenadas para pensar la ciudad. Allí realiza un recorrido genealógico de la urbe occidental desde la antigüedad, pasando por el medio evo y llegando a la modernidad. Se trata de un recorrido donde la humanidad (esa parte, Occidente) pasa de un sentido vital espiritual (de entender la ciudad) a uno apoyado en los objetos (las cosas). “Indudablemente estamos condenados a ver cosas, no dioses. Al revés del indio” (2008,196), dice Kusch en “La negación en el pensamiento popular”. 

Para Kusch, la ciudad sustituye la magia (“la ira de dios”) por la razón (“la ira del hombre”). Dice en “América profunda”: “ni Nueva York, ni Londres, ni Buenos Aires son religiosas. Ellas sustituyen la religión por la técnica y esta no es otra cosa que una religión venida a menos”. (1962,129). Agrega luego: “(la ciudad) es un juego de la porción de humanidad que se sustrae a la ira para encerrarse en las murallas”. (idem, 131). Y concluye: “así (la ciudad) se hace muralla espiritual que, al fin y al cabo, no es más que la defensa frente a la ira”. (idem, 132). 

La ciudad se fortifica para protegerse de un afuera peligroso (representado por la naturaleza) pero a la vez se expande para conquistar y colonizar. Al colonizar, no solo produce una ocupación del espacio, sino que también genera un saber, un conocimiento, una epistemología traducida en un sentido fálico de “penetración del mundo”. El “más allá” de la ciudad es “hedor” en contraste con la “pulcritud” ciudadana. 

Incluso, los proyectos progresistas (históricamente y los del último lustro) han levantado las banderas del progreso y el desarrollo acumulativo (más casas, más autos, más energía, más técnica) separándose cada vez más del saber profundo de los pueblos y su relación con el territorio. Dice Kusch en “Indios, porteños y dioses”: “los hechiceros y los indios creen que todo va creciendo, mientras que nosotros todo lo sumamos. Sumamos pesos, ladrillos, causas, explicaciones”. (1994, 100)

Se trata, como propone Kusch, de recuperar algo en el plano de lo sagrado, donde se asienta lo popular. Nuestro pueblo no ha cesado de personificar lo sagrado: Gardel, Evita, Maradona, etc. (“el pueblo nos autoriza a creer”). Hay allí, un sustrato mágico (de creencias), porque esos personajes son más del orden de lo sagrado, que de lo profano. Conectan con un sentido de lo humano que como “occidentales” hemos reprimido (“nos falta la mitad del hombre”). El pueblo, como sentencia Kusch, “lleva su inconsciente a flor de piel”. 

Y es que el mundo al indígena no le pertenece. Pertenece al mundo. Por eso, es un mundo alquilado, prestado. Lo pagamos viviendo. Así lo refleja Kusch en el ya citado “Indios, porteños y dioses”: “¿y qué somos entones?. Pues apenas inquilinos morosos, que andan solo para escabullirse del verdadero dueño. Sería bueno que alguien nos acompañara, siquiera un trecho, en este mundo alquilado”. (1994,  98)

Somos tan imperfectamente occidentales, que llevamos el amuleto para la suerte, hacemos suplicas para dar un vuelco al azar, realizamos ofrendas para llegar sanos. El ritual es una acción para que la suerte se vuelque de nuestro lado. Se impone una pregunta: ¿Que nos puede volver a unir en el marco de sociedades fragmentadas, separadas y agrietadas?. La tarea, bien podría ser, reconocer en lo sagrado no la mera superstición, sino aquello que religa, que habita en lo profundo (“la raíz”). Donde rige una ley, un  orden social. Es ahí donde se crea un pueblo, o muchos pueblos. Es allí donde podemos pensar la ciudad o las ciudades. 

* Lic. en Ciencias Políticas egresado del CURZA (Centro Universitario Zona Atlántica-UNCO). 
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